Soy cucuteña y, como la mayoría de los que nacemos
allí, tengo una especie de sentido de pertenencia visceral, a veces desbordado.
Así fue como sin nacer en una familia futbolera, con un papá que disfrutaba más
de las corridas de toros y el ciclismo, y con un hermano con pasiones
musicales, descubrí en los demás cucuteños, en el ambiente, en las esquinas y
en las tiendas de barrio la pasión por el Cúcuta Deportivo. Por ende, más que
aprender de jugadas, posiciones o figuras, me dejé llevar por la emoción de
sentirme parte de un movimiento que se viste de rojo y negro. Cuando asistí al
General Santander por primera vez, descubrí quizá un amor auténtico, con
alegrías y tristezas, con aciertos y equivocaciones, pero por encima de todo,
leal, porque de verdad supe que duraría toda la vida. Comprendí también que el
amor por el equipo va por la sangre y se siente en el sudor que deja el sol
fuerte del mediodía, viene de adentro y revitaliza tanto como volver a comer en
casa después de un largo viaje.
Contra todo pronóstico, mi hermano, que se hizo músico, me vinculó directamente a los jugadores. En 2006, cuando el profesor Jorge Luis Pinto llegó a dirigir el equipo, acostumbraba a hacer una misa en el HOTEL de la concentración cada vez que jugaban en casa. Mi hermano cantaba en esas misas y yo, con unos 14 años, me iba tras él con la excusa de ayudarle a recoger los cables del piano y cargar los libros de las canciones. Ahí, en silencio, admiré el consagrado trabajo del profe, la altura del capitán Pepe Portocarrero y suspiré de amor por César Arias, el pelado que venía de Alianza Petrolera y decían que se convertiría en la gran figura cuando el cuerpo le diera para aguantar los 90 minutos. Eran los mejores días; verlos en la cancha, en los periódicos, luego tenerlos frente y reconocerlos. Sonreía mucho por esos días y conseguía boletas gratis para entrar al estadio.
La pasión se mantuvo vigente a pesar de los directivos que pasaron por el equipo, que lo administraron cual cabalgata o reinado de tierra caliente, desaparecieron recursos y dejaron a más de 40.000 cucuteños que le caben al General Santander viviendo con domingos de fútbol triste. El sentimiento siguió a pesar de dejar escapar de las manos la hermosa Copa Libertadores
Pero iniciamos 2015 con el pie derecho, con la mejor actitud y con un sorpresivo Torneo de Ascenso, que nos devolvió la fe en los milagros. Así, el 20 de enero, el Cúcuta Deportivo jugó con Deportes Quindío un señor partidazo, con sudor, escándalo y una emoción final indescriptible, particular, como la que solo produce el fútbol, la tierra de uno, los colores de la bandera. Ese 20 de enero, desde mi cuenta de Twitter @Aleomanaz, antes de que empezara el partido, prometí que si el equipo ascendía, me desnudaba para SoHo. Por eso estas fotos, hechas por el maravilloso fotógrafo Álex Mejía. Fue una jornada inolvidable, que tacho de la lista de cosas que tenía que hacer en mi vida. Les dejo las fotos y espero ser más prudente con la apuesta que haga por si el Cúcuta Deportivo queda campeón este año.
No hay comentarios:
Publicar un comentario