Florentino Méndez Durán, de 32 años, desapareció el 23 de febrero de 2003. Ese día, a las 4 de la mañana, salió de Cúcuta con destino a Convención, donde, según sus parientes, iría a trabajar en carpintería.
Desde entonces, hace más de 11 años, sus parientes no lo volvieron a ver. Solo recuerdan que sostuvieron una corta comunicación cuando el hombre estaba en Ocaña.
Ayer, en medio de lágrimas, se reencontraron. Méndez Durán, o mejor sus restos mortales, llegaron en un pequeño ataúd a un salón del hotel Tonchalá de Cúcuta. Sus familiares estaban allí, esperándolo. De manos de miembros de la Fiscalía recibieron la fúnebre caja de madera y se marcharon para, por fin, darle cristiana sepultura.
Al igual que los allegados a Méndez Durán, los seres queridos de otros nueve hombres, también víctimas de la violencia paramilitar en Norte de Santander y Cesar, recibieron sus restos óseos para enterrarlos.
“Ya no sentimos odio. He perdonado a quienes mataron a mi hijo (Méndez Durán)”, afirmó Socorro Durán Sánchez, quien, además, espera que algún día también aparezcan los restos de otro hijo que le desapareció en 2001.
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