La carretera que conecta
San Antonio y Ureña no acaba ahí. Una de las vías polvorientas que se observan
a un costado, en dirección a Colombia, tampoco. Entre los cañaverales se abre
un camino irregular de tierra, más o menos angosto, generalmente plano, con
partes de arena, cual desierto. Al final de ese pasadizo a cielo abierto, que a
buen paso se atraviesa en diez minutos en rústico y luego cinco a pie, está la
meca del contrabandista: el río Táchira.
Es como meterse en un
laberinto a escala real, solo que aquello no es un pasatiempo, sino un delito.
Si se sale de ese pasadizo, pero se sigue la vereda polvorienta, a los pocos
kilómetros se advertirá otra entrada disimulada. Las hojas de caña hacen las
veces de paredes naturales hasta que, de margen a margen del río, se extiende
un puente de tierra, como para que nadie llegue mojado a Cúcuta.
El río Táchira, frontera
natural que separa ambos países, es noble; la geografía ofrece tramos con
cauces estrechos, de hasta siete o diez metros. Como hay sequía, el caudal
bajó. Estos eran los predilectos de quienes por allí pasaban mercancías de
forma ilícita. Se escribe en tiempo pasado porque componentes de la Fuerza
Armada Nacional, en cuya compañía fue posible hacer este recorrido autorizado,
ya inhabilitaron la trocha fronteriza recién descrita.
A seis meses del cierre
indefinido de frontera, el contrabando todavía serpentea, se escurre por entre
los casi 160 kilómetros de límite internacional que separan al estado Táchira
del departamento Norte de Santander. Cambia de trocha cuando le cierran una,
muta en procedimientos, se mimetiza cual camaleón en la naturaleza.
¿Recuerda las fotos de
militares llegando en masa al Táchira? Si bien esa guardia ya fue relevada,
otro contingente sigue patrullando la frontera seis meses después. Los hay de
distintos batallones, de todo el país. Como se pudo constatar, algunos
improvisaron campamentos y duermen en plenas fincas, cerca del río y junto a
los caminos verdes.
En bicicleta por la trocha
Pimpinas olvidadas en el
camino polvoriento son rastros que delatan a las mafias. Cuando advierten
presencia militar, corren rapidísimo para evitar una detención. El miércoles
pasado, una de las fuerzas de tarea desplegadas en la frontera se incautó de un
cargamento de gasolina, con el siguiente modus operandi de traslado.
Toman bicicletas y las
repotencian con par de cauchos de motocicletas. Les quitan el asiento y, en la
parte trasera, sobre una parrilla, arman una pila de pimpinas que luego enlazan
con cabuyas. Pueden caber hasta 20, guardando el equilibrio. Pueden
transportar, en un solo viaje, hasta 800 litros del carburante venezolano, que
sigue siendo el más barato del mundo. Uno por cada lado, entre dos van
impulsando la bicicleta por el manillar.
El negocio irregular
pareciera estar tan organizado que, fuentes vinculadas a estas operaciones,
mapean de norte a sur lo que más se contrabandea y se incauta desde Llano de
Jorge hasta Ureña: en un tramo dominan los repuestos de carro; en otro la
gasolina, luego los productos de higiene personal, y más abajo la comida a
precios regulados.
Sin embargo, habitantes de
la frontera que solicitaron el anonimato aseguraron a Diario La Nación que
algunos militares, no todos, se siguen prestando para consentir estos ilícitos.
“Hasta tienen tarifa para cada cosa que la gente cargue. Los que son más
descarados dejan pasar camiones”, comentó un morador que, asegura, fue
recientemente a Cúcuta a comprar medicinas. “El militar en la trocha me pidió
que me sacara todo de los bolsillos. Me encontró 5 mil bolívares y me los quitó
para dejarme seguir”, denunció.
Autoridades han precisado
que por lo menos 56 efectivos están detenidos por prestarse para la corrupción.
También se cuentan policías y civiles sorprendidos en flagrancia. Del lado
colombiano, han sido frecuentes las reseñas policiales de incautaciones de
carne de res, azúcar y gasolina, en territorio nortesantandereano.
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