El emporio comercial de
San Antonio y el potencial industrial de Ureña, al parecer desaparecieron de la
noche a la mañana. Aquella bonanza que generaban compradores colombianos en
calles de estas dos ciudades fronterizas, en la década de los 90, solo está en
el recuerdo de sanatonienses y ureñenses. En la actualidad, el comercio luce
“apagado”, con pocos visitantes, y el bullicio de la industria textil,
tabacalera, carrocera, también se ha convertido en una quimera.
Para la población, lo que
abunda son las colas para adquirir productos de primera necesidad, y en las
estaciones de servicio sobran los motorizados, amontonados luego en las
cabeceras de las aduanas, intentando salir para llevar gasolina a territorio
colombiano. Lejos está volver al progreso de antes.
“La
realidad hay que vivirla”
En pleno centro de San
Antonio estaba el dirigente empresarial José Rozo, amplio conocedor de las dos
épocas, en que se puede dividir la frontera: cuando se pagaban 16 pesos por un
bolívar, y la actualidad, cuando se pagan 0,13 pesos por un bolívar.
La frontera nunca había
llegado a un estado de calamidad social y económica. Es duro decirlo, pero este
Gobierno ha sido ruinoso para el eje San Antonio-Ureña. El empobrecimiento, la
informalidad y el subempleo, la pérdida de los valores y demás, (…) es
alarmante. La zona parece un suburbio de Cúcuta. La escasez ronda por todas
partes”.
Confundido con el pueblo
en la populosa esquina del “Químico”, Rozo afirma que: “escasean el agua potable, los alimentos,
medicinas, repuestos, materias primas, la mano de obra calificada; falla la
luz, la infraestructura del hospital está mejor que los suministros e insumos
hospitalarios; no hay pan porque no hay harina, las panaderías a veces traen la
harina de Colombia, y también el azúcar, pues el otrora próspero Central
Azucarero del Táchira, desde que lo tomó el Gobierno, escasamente tiene para la
nómina”.
Su relato es descarnado:
“si quieres saber la verdad…bueno, aquí abunda la basura porque los camiones
recolectores, por falta de repuestos, están para botarlos también; pero el
gobernador, según dicen las alcaldías, tiene una flota de camiones nuevos
guardados desde hace meses y no le ha dado la gana de entregarlos a los
municipios; tampoco les aprueban las divisas para importarlos; mientras tanto
la población se hunde en la inmundicia, en una clara violación de sus derechos
humanos”.
Precios antes del cierre
de la frontera
José Rozo sostiene que en
la frontera acabaron con el empleo y la movilidad de los ciudadanos. “Tampoco
hay cemento y, por ende, no hay construcciones, afectando el empleo; los que
construyen tienen que traer el cemento de Cúcuta, a 1.500 bolívares. En materia
de vialidad, lo que hace el Gobierno es remendar las saturadas vías”.
“Los efectos del cierre de
la frontera agudizaron las necesidades, el valor del bolívar antes del cierre
era de 0.020, hoy es de 0.014. El del cartón de huevos, antes del cierre era de
180 bolívares, y hoy está por encima de los 300; la harina precocida antes del
cierre estaba en 30 bolívares, hoy puede costar más de 40. El jabón para lavar
platos cuesta 140 bolívares, y el aceite de comer puede costar hasta 200
bolívares; un rollo de papel higiénico cuesta 80 bolívares, porque es
colombiano, pues el nacional, al igual que los pañales y el jabón, brillan por
su ausencia en la zona, porque a pesar de estar cerrada frontera, con
restricciones y la militarización, se
encuentran a manos llenas al otro lado del puente”.
—Un almuerzo pasó de 180 a
300 bolívares. La carestía es por la casi prohibición de traer productos a la
zona, pues distribuidores en San Cristóbal temen facturar en la frontera porque
están amenazados por los controladores del Gobierno opresor, y si venden, lo
hacen sin factura. El rompimiento de las
relaciones económicas con Colombia, que además cortó el flujo normal de
suministros vía importaciones de ese país, redujo al cincuenta por ciento la
producción a los sectores manufactureros. El desmoronamiento del poder
adquisitivo de los sueldos y salarios, y la caída del valor de nuestra moneda
ante el peso colombiano, producto de erradas políticas económicas, fiscales,
monetarias y cambiarias, acabaron con el empleo formal; ahora les resulta a los
trabajadores más rentable vivir del “lleva y trae”, generándose con ello la
deserción laboral -afirmó el conocido empresario-.
De La Nación para Sucesos
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