“Papito, carecucho, yo
también te quiero mucho”. Esas fueron las últimas palabras que José Antonio
Correa escuchó de la boca de su hijo Róbinson, de solo siete años, antes de que
fuera encontrado muerto en la vereda Nagui Alto en La Vega (Cundinamarca). Hoy
todo el pueblo lo despedirá en la funeraría Campos de Paz, no antes de una sentida movilización para
rechazar uno de los crímenes más horrendos que ha vivido esta tranquila
población.
Desde meses antes de su
desaparición, el niño estaba viviendo con su mamá, Yolanda Hernández. Sus
progenitores habían decidido separarse. “No teníamos discordias y mucho menos
maltratábamos a nuestro hijito. Lo tratábamos como un rico; era nuestro
consentido”, dijo su padre.
El pequeño estudiaba en el
colegio Patio Bonito de la misma vereda y en sus ratos libres solía salir a
vender leche montado en un caballo que montaba a la perfección. Todos lo
conocían, su carisma lo había hecho ganarse el cariño de la gente.
Por eso, ese sábado 7 de
febrero, cuando pasadas las 3:00 p. m. no había señales de su regreso, un frío
intenso comenzó a invadir a la familia y a los vecinos. “Supimos que él había
vendido la leche en una tienda de la vereda en compañía de un conocido de la
familia. El niño se puso a jugar con un perro, pero mi amigo se despistó; se
puso a tomar y después de eso no se supo más, solo que el niño decidió
regresarse solito”, contó José Antonio.
La comunidad no dudó en
movilizarse. Más de cien personas salieron a buscarlo por todos los rincones de
la vereda, por la orilla de la carretera; lo preguntaban en las casas conocidas
y extrañas, pero no se encontraban pistas. Era como si se lo hubiera tragado la
tierra. “Por eso decidimos con mi esposa poner la denuncia, pero luego nos
enteramos de lo peor”.
Este hombre entra en un
llanto profundo. No se puede sobreponer desde el instante en que un vecino y un
primo tercero le dijeron que habían encontrado el cuerpo de su hijo en pedazos.
“Sí, era él, cómo no conocer la carita de mi hijo, tan bonito”.
Le sobran los adjetivos
para recordarlo. Para su familia era un niño inteligente, bien presentado y
alegre. “Yo no entiendo qué monstruo le pudo hacer esto”.
Esta familia ha dedicado
toda su vida a trabajar la tierra. La mamá del niño, hoy destruida por la
tragedia, tiene una pequeña finca cafetera, y el padre de familia de 46 años
vive de los cultivos de yuca, papa y de todos los frutos propios de esta
tierra.
La pesadilla no termina.
Este martes en la mañana, un perro encontró los últimos restos del menor.
“Qué le puedo decir. Hoy
me entregan a mi hijo en pedazos. Ese dolor me está matando. No se lo deseo a nadie.
Quiero que el culpable se pudra en la cárcel. Una persona así no merece vivir
en este mundo”.
La comunidad nunca había
tenido que presenciar un hecho tan macabro, por lo que prepara una
manifestación para que la investigación prospere y se descubra el autor del
crimen que dejó a toda una familia desecha.
José Antonio solo pide
respaldo para que el caso no quede en la impunidad.
“Ya mi hijo murió, pero le
pido a país que no olvide que hay que encontrar a un asesino”.
Ya hay sospechoso del
crimen
Aunque varios medios de
comunicación han manifestado que un menor de 15 años sería el primer sospechoso
del crimen porque fue la última persona que vio con vida al niño, según la
Policía apenas se están adelantando las investigaciones.
El menor de 15 años está
en manos del Instituto de Bienestar Familiar en su sede en Mosquera aunque la
familia tiene información de que el sindicado estaría detenido en La Vega
(Cundinamarca).

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